14/6/08

Oscar Gestido - Di Candia (II)

Las inmejorables intenciones no alcanzaron. El Presidente Gestido no pudo superar los factores externos e internos que frenaron su gobierno. Un viejo problema cardíaco terminó con su vida a poco menos de un año de asumido el cargo. Habría que hacer un repaso de la situación política, social y económica imperante en aquel Uruguay de 1967 para entender las dificultades que debió afrontar el Presidente Gestido, sin dejar de recordar que tampoco fueron ajenas a ellas su falta de experiencia y su ingenuidad política. Los partidos tradicionales se encontraban en aquel momento hondamente divididos. El Colorado en seis grupos: el del propio Gestido (la tradicional Lista 14 del diario El Día), el que configuraban Glauco Segovia y algunos senadores, el de Jorge Batlle, el de Zelmar Michelini, el de Amílcar Vasconcellos y el desgajamiento post electoral de Manuel Flores Mora. El Partido Nacional estaba fraccionado en cuatro movimientos: la Alianza, que respondía a Martín Echegoyen y Penadés, el Movimiento de Rocha, liderado por Alberto Gallinal y Felipe Gil, la Unión Blanca Democrática conducida por Washington Beltrán y el sector que orientaban los hermanos Alberto y Mario Heber. A ese intrincado panorama que en ninguno de los dos lados lados era fácil de zurcir, se agregaban las dificultades económicas. El dólar que trepaba incansablemente y se cotizaba en el mercado libre al doble de las pizarras oficiales, los salarios que iban corriendo de atrás y siempre en desventaja y la inevitable consecuencia de lo que se vivía: una palpable pérdida colectiva en la confianza del pueblo a sus gobernantes. A eso se agregaban cada vez con más fuerza, rumores golpistas y una acción terrorista cada día más desembozada. En la calle se hablaba de un golpe de Estado y muchos recordaban un discurso del senador Vasconcellos pronunciado dos años antes en pleno recinto parlamentario en el cual había expresado: "En este momento hay fuertes y poderosos intereses extranjeros que se están movilizando a fin de provocar una situación de fuerza en el país (...) tres movimientos de derecha con intenciones golpistas". Sus palabras podían ser consideradas un delirio, pero un analista de hoy debería recordar que el mismo Vasconcellos que era un hombre muy bien informado fue quien denunció el quiebre institucional del 73 con todos sus detalles varios meses antes de que estallara. Por otro lado, la izquierda violentista uruguaya, alentada por la declaración de las OLAS de mediados de agosto y por las actitudes guerrilleras en la Argentina contra el gobierno del general Onganía, ya había comenzado un accionar que solamente se detendría por la intervención del ejército.

Existieron también otros hechos puntuales que tensaron aún más la situación. En octubre se declaró una huelga bancaria por motivos que mirados con los ojos del 2002 dan la impresión que pudieron haber sido fácilmente evitables, culminada con un discurso radial claramente amenazante del Presidente de la Aministración de Puertos general Pedro Ribas. Gestido cortó entonces por lo sano. En acuerdo con la mayoría de sus ministros, decretó Medidas Prontas de Seguridad. Los escasos órganos de prensa que salían pese a la huelga decretada en agosto, que eran el diario gremial Verdad y el comunista El Popular fueron sometidos a censura y se detuvo a no menos de trescientos dirigentes sindicales de todas las organizaciones. La consecuencia inmediata fue la renuncia de los ministros Zelmar Michelini, Heraclio Ruggia, Amílcar Vasconcellos, Luis Faroppa y Enrique Véscovi. Fue designado Ministro de Hacienda el doctor César Charlone cuya primer medida fue una devaluación que llevó al dólar de cien a doscientos pesos. El gobierno del general Oscar Gestido llegaba a su momento de mayor descrédito. Sin embargo aún tuvo fuerzas como para dar un golpe de timón a la política económica y volver a relacionarse con el Fondo Monetario Internacional. En un discurso pronunciado al día siguiente, Gestido planteó su nueva política: "No debemos aceptar imposiciones ni fórmulas mágicas que no las hay. Sólo hay el trabajo, el ahorro y la producción. Pero tampoco podemos aceptar de antemano consideraciones políticas para atacar a organismos internacionales como el tan debatido Fondo Monetario Internacional integrado por otros ciento seis países del mundo capitalista y socialista al cual recurren también éstos últimos cuando consideran que deben hacerlo. (...) Hemos decidido reanudar nuestras relaciones con el FMI, con el Banco Mundial, con el Banco Internacional y con las agencias de desarrollo del gobierno de los Estados Unidos".

Como era natural el ahora senador Vasconcellos responsable de la propuesta de ruptura con el Fondo, reaccionó duramente y primero en el Parlamento y luego en un acto en la Casa del Partido Batllista atacó las recientes medidas y el discurso presidencial de justificación con gruesos calificativos que incluyeron una calificación al Presidente Gestido de "mentiroso y Gunga Din que traiciona los intereses de su patria". La respuesta fue el planteo de dos lances caballerescos contra la persona del ex Ministro de Economía: uno del canciller Héctor Luisi y otro del propio Presidente de la República Oscar Gestido. Ninguno de los dos prosperó y Vasconcellos volvió a la carga en el Senado recordando que durante el gobierno nacionalista los dirigentes del Partido Colorado habían recorrido el país señalando que la aplicación de las medidas del Fondo Monetario conducían inevitablemente a la miseria. Los tiempos habían cambiado porque nueve años después, otros dirigentes colorados no sólo recurrían al Fondo sino que lo justificaban. Carlos Manini Ríos expresó en aquel momento que "la devaluación servirá para entrar en un período de estabilización, evitándose la especulación" y Jorge Batlle que "la corrección cambiara es absolutamente necesaria y puede traer resultados muy beneficiosos".

Los episodios mencionados, que algunos descreídos pueden considerar de política menuda aunque probablemente no lo sean, pusieron bien en evidencia que a casi ocho meses de asumida la presidencia, las desconfianzas, las diferencias de ideas o estrategias y aún las más virulentas oposiciones que caracterizaban el accionar de los seis grupos colorados, impedían la mínima coherencia que se necesita para gobernar. Gestido ya había roto relaciones con varios grupos colorados y ahora se apoyaba únicamente en su propia agrupación, en la de Jorge Batlle y más débilmente en la fracción del Intendente Glauco Segovia. Para empeorar las cosas en esos mismos días, éste último, por causas que nunca quedaron bien claras, renunció imprevistamente a su cargo. Los únicos motivos que esgrimió en una alocución televisiva fueron "la atomización del Partido Colorado y el fracaso de la gestión del Presidente de la República, que en siete meses y medio de gobierno ha podido hacer muy poco".

A esa altura resultaba muy evidente que Gestido no tenía compañeros de partido que tocaran en el mismo tono que él ni que tuvieran la misma sensibilidad política que él había cultivado toda su vida. Ninguna de las dos cosas eran fáciles. "Yo sigo sin saber cuál fue el motivo por el cual mi padre entró en la actividad política" -contó su hijo Oscar a este cronista en 1995. "No tenía malicia, no entendía de cambios de frente ni de zancadillas, era demasiado leal, demasiado puro. A ninguno de la familia le cayó bien su decisión. Le digo más: todos nos opusimos lo más que pudimos. Se había retirado del Ejército, vivía tranquilo sin tensiones ni problemas. La política le trastornó, sus costumbres, lo envejeció". Y quien fue en aquellos meses uno de sus más estrechos colaboradores, el doctor Héctor Giorgi, lo corroboró en la misma oportunidad. "Gestido tuvo grandes problemas para adoptar determinaciones. Muchas veces le escuché manifestar su gran preocupación por la falta de coherencia de los partidos, en particular el suyo. Y para una persona como él, tremendamente respetuosa de los partidos políticos le era muy difícil tomar decisiones sin la aceptación de ellos por el riesgo de la división. (...) El problema es que muchos políticos viven peleando por lo que creen es suyo sin darse cuenta que las empresas públicas deben ser dirigidas por personas aptas moralmente, funcionalmente y técnicamente. Gestido era un hombre ejecutivo y muchas veces se sentía atado porque para tomar decisiones debía negociar con dirigentes y legisladores y eso le significó un enorme desgaste desde el principio del gobierno".

Seguramente de desgastes, tensiones y proyectos frustrados se alimentó la inesperada muerte del Presidente Gestido. Un mal cardíaco de vieja data al que nada bien hacían ni su sedentarismo ni su trabajo excesivo ni los contínuos rozamientos políticos, terminó con su vida. Por cierto que seguía un régimen alimentario estricto que controlaba personalmente su esposa, pero en ocasiones trataba de zafarlo. Mario Esteban, quien fuera prosecretario del Consejo de Gobierno nacionalista iniciado en 1963, del cual Gestido era representante de la minoría colorada, le recordaba al autor de estas notas que Gestido solía enviar por las tardes a personas de su confianza a la panadería para que le compraran los bizcochos que le estaban vedados por su dieta. El mismo día que cumplía doscientos ochenta días de mandato, envejecido y con el cansancio marcándole el rostro, había asistido a una serie de actos. El de mayor importancia para él, era la entrega personal del diploma como oficial del Estado Mayor la Fuerza Aérea a su hijo Eduardo en un acto efectuado por la mañana. Por la tarde había ido a Rivera para asistir a los actos de la XIV Semana Hípico Militar y luego regresó a Casa de Gobierno. Llegó a su domicilio tarde y con aspecto demacrado y no quiso comer la cena que como todas las noches le preparaba doña Elisa. Tampoco miró en televisión sus series preferidas: la comedia argentina Jacinta Pichimahuida o los episodios de Mister Sólo, Ben Casey o La Caldera del Diablo. Ni siquiera comentó con su esposa que una vieja dolencia cardíaca había comenzado a causarle dolores y evitó informarla que días antes, una voz de mujer lo había amenazado por teléfono con matarle a los nietos y que alguien le había enviado una corona fúnebre a la Casa de Gobierno con una tarjeta instándolo a arreglar un conflicto gremial en la Colonia Suárez con el apercibimiento "esto es una ofrenda póstuma".

Tumbado por el cansancio y su problema cardíaco, Gestido se dispuso a dormir el último sueño de su vida. Pasada la medianoche, alarmada por su respiración alterada la señora Elisa de los Campos se decidió a llamar al médico de la mutualista militar doctor Antonio Farcic quien luego de inútiles esfuerzos, certificó su deceso. Veintidós años después, quien era en ese momento Director de Planeamiento de su gobierno, el doctor Carlos Manini Ríos entrevistado por este cronista recreó aquellos momentos. "Semanas antes yo había ido con gestido a la denominación oficial del liceo de Pando al cual se le iba a designar con el nombre del ex Consejero Brause. Cuando terminó el acto y se descubrió la placa, la directora del liceo llevó a Gestido a mostrarle las aulas. Una de esas cosas que obligan a hacer a los presidentes porque no hay nada más parecido a un aula de un liceo que un aula de otro liceo. En ese momento recuerdo haber mirado a Gestido desde atrás y lo encontré realmente mal. Avejentado, vacilante como con poca salud. Volvimos a Casa de Gobierno y me fui al despacho del vicepresidente Pacheco que era una habitación chica que daba a la esquina de San José y Ciudadela. Conversamos un rato y de pronto le dije: "tú andate preparando para ejercer la Presidencia porque para mí Gestido está muy mal". La primera reacción de Pacheco fue de fastidio. Si había un vicepresidente que no tenía ningún interés en que faltara el presidente, era Pacheco. "¿Qué relaciones tienes tú en los distintos niveles de gobierno, incluso el nivel militar?" -le dije- "porque tengo miedo que pase lo peor". Muy poco tiempo después recibí en esta misma casa el anuncio de su muerte. Me vestí, saqué el coche y me fui a la calle Pereyra, a pocas cuadras, donde estaba el domicilio de Gestido. Al llegar vi una escena patética. El presidente estaba muerto en una camita de hierro pintada de blanco a cuyo costado había una alfombrita de un metro. Gestido no era afecto a la pompa pero tenía un gran sentido de su rango. No se puede decir que fuera un modesto gracias a Dios porque no hay cosa más terrible que los modestos (se ríe). Era una casa muy humilde y me acuerdo que en el patio del fondo estaban (Jorge) Pacheco, (Héctor) Giorgi y (Líber) Seregni que era comandante en jefe. Cambiamos unas palabras y de inmediato le dije a Pacheco (que es el único presidente con el cual me he tuteado porque tenemos una relación de mucho tiempo) "¿tú que estás haciendo acá?" Pacheco me miró como diciendo "¿y a éste qué le pasa?". Y entonces le dije: "¿por qué no te vas a Casa de Gobierno antes de que entre otro?". En aquel momento Pacheco no tenía como tuvo después raíces firmes. Ni políticas ni militares. Y como yo algo de historia de mi país conozco, sé que en estas circunstancias siempre hay un riesgo". (...) Pacheco me escuchó y al ratito nos fuimos a la Casa de Gobierno".

Según la crónica de los diarios del día siguiente, la conversación antedicha tuvo lugar poco rato antes de las cuatro de la madrugada porque a las cuatro y siete minutos Pacheco llegó a la Casa de Gobierno acompañado de los ministros de Interior y Defensa Nacional Augusto Legnani y Antonio Francese. Allí los estaba aguardando el escribano de gobierno Raúl de Castro. Minutos después arribaron los ministros Justino Carrere Sapriza, Manuel Flores Mora y el Intendente de Montevideo coronel Bartolomé Herrera, asumido luego de la renuncia de Glauco Segovia. A las cinco y veinte, Jorge Pacheco Areco era el nuevo Presidente de la República. Concidiendo por una vez con los editoriales de los diarios, los homenajes parlamentarios reconocieron unánimemente que Gestido había sacrificado su vida, trabajando más de lo que su quebrantada salud se lo autorizaba, sin haber logrado sortear los obstáculos que las circunstancias habían colocado a su alrededor. Uno de los diputados, el doctor Aquiles Lanza, dijo unas palabras que increíblemente serían muy parecidas a las que otros legisladores pronunciaron como homenaje a su propia muerte, acaecida en 1985. "Ha pagado tributo a esa sobrecarga emocional que los políticos llevamos para nuestras casas sin que muchos se den cuenta y que van minando nuestros organismos hasta que en algún momento no responden". Aquiles Lanza falleció dieciocho años después mientras ejercía la Intendencia de Montevideo, como consecuencia de un problema cardíaco mal atendido, ocasionado por el exceso de trabajo y las tensiones de su cargo, igual que el Presidente Gestido. El senador Wilson Ferreira Aldunate tampoco ahorró los elogios para el gobernante fallecido". Lo que nos queda es un alto valor, lo que no queda es un hombre honrado, valiente, respetuoso de sus adversarios, con una gran ponderación y una gran elegancia espiritual. Cualquiera que sea su orientación -la nuestra no era la suya- deseámosle al país gobernantes de este estilo".

Aún sus más decididos opositores, como el doctor Carlos Quijano, no vacilaron en un panegírico póstumo de excepcional concepción literaria, algunos de cuyos párrafos se transcriben a continuación. "He aquí que la muerte llega sigilosa y todo lo trastorna. Porque este repentino desenlace es en las circunstancias actuales una catástrofe nacional. La fábrica es endeble y está como nunca amenazada. Tuvo el Presidente Gestido que segar donde no había sembrado y recoger donde no había esparcido. No eran muchas quizás sus fuerzas, pero se le sabía hombre probo, honrado en el obrar, recto de ánimo, íntegro, poseído por el amor a su país, entregado al afán que habia asumido. Es posible que la empresa haya superado y agobiado al hombre; pero también es innegable que jamás el país estuvo tan desvalido y jamás tan duro fue el azote. Quiso salvar a su país y no pudo. Toda su callada y solitaria tragedia está ahí. La callada y solitaria tragedia de un hombre ya camino al ocaso, que ve derrumbarse definitivamente sus sueños y fracasar la empresa a la que entregaba su vida. (...) Gestido fue una víctima de su infatigable empeño; pero también del tiempo y del engranaje. Como en el texto bíblico "él mismo tomó nuestras enfermedades y llevó nuestras dolencias". (...) Muerte inesperada que agrega más sombras a las sombras. Una país está hecho de muchos y silenciosos sacrificios. Que el sacrificio de Gestido nos ayude a reencontrar y rehacer el país. Desde ahora, cuando de él ya es toda la eternidad para descansar".

Entrevistado en 1995, uno de sus más íntimos amigos el señor Agustín Barbato recordó un episodio compartido con el entonces presidente y unas palabras pronunciadas por él que pueden explicarlo todo. "Siendo ya presidente me invitó a una reunión politica en su casa. Fui con Carlos Ribeiro que fue diputado varias veces y Ministro de Turismo. Había varios legisladores de su grupo y dirigentes políticos. No me acuerdo el tema concreto de la citación porque en ese momento los problemas eran tantos y tan grandes que las reuniones se sucedían. Esa me quedó grabada porque en un momento determinado de su exposición Gestido dijo: "Por muchas que sean las dificultades no voy a abandonar la lucha. En último caso que mis cenizas y mi sacrificio personal puedan servir para algo".

En ese convencimiento y en esa esperanza, murió.

César Di Candia

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